Zeus buscaba la Felicidad.

Su ilusión era contagiosa. Sus sueños, pasionales. Y su espectacular visión sobre cualquier pequeña cosa llamaba la atención a 

Zorg. Que creía que la Felicidad se encontraría en el Éxito.

Por este motivo viajaban juntos al futuro convencidos de estar en control de su destino.
Integrando chirimbolos que encontraban por ahí, construían la máquina en la que vivían: un trasto frustrante de manejar que arrancaba cuando quería, desaceleraba constantemente, explotaba en los pequeños baches y perdía tornillos por el camino. La Unidad.

Pensando que más significaba mejor, Zorg remolcaba de todo. Y aunque si era funcional les hacía ganar potencia, rara vez la energía estaba bien repartida: abusando de módulos superiores, los inferiores dejaban de trabajar.
La incapacidad de asumir pérdidas o rechazar oportunidades, sumado a la mala gestión de “Quieros” y “Necesitos” les hacía acabar con más lastre del que podían arrastrar. Obligándoles a frenar o juntar el valor para soltar.

Zorg culpaba al mundo de no dejarse comer. Con el Sol como objetivo y sin saber despegar, veía a otros adelantar su chatarra y su sueño de astronauta anclado a tierra.